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Tejiendo memorias vivas de Suacha, en Soacha


“Todo el que asume este rol de ser guardián de la memoria, de ser regador de la memoria o cultivador de la memoria, se convierte en un sembrador, porque tiene que actualizar o volver a poner en vigencia las palabras de los ancestros para las generaciones actuales y venideras. […] Algunas y algunos hemos adquirido ese mandato, esa tradición; guardamos semillas en la cabeza y de la cabeza las pasamos a otra cabeza. Tal vez esa es la pedagogía de sembrar.”

Juan García Salazar y Catherine Walsh

Verde. Al mirar a nuestro alrededor, casi todo era verde, en miles de matices. Se divisaban pequeñas moradas campesinas con árboles frutales, cultivos de papa, arveja, cebolla y fresas a nuestro alrededor. Huertas caseras y montañas cuyos caminos se precipitan hacia el cauce del río Soacha que viajaba por allí hacia la urbe, donde su color perdería el tono cristalino para volverse oscuro, perdiendo la posibilidad de albergar vida por culpa de la contaminación. Lo único que se escuchaba a nuestro paso era el canto de las aves, algunos ladridos de los perros que andaban por el sendero y el rugido del viento que a esas horas de la mañana soplaba muy fuerte.


Estábamos en Suacha. Sí Suacha, no Soacha. La misma que suele imaginarse de color gris por el cemento, o amarillo por el color que las montañas han adquirido tras el paso de las retroexcavadoras por sus surcos. Las mismas que antes solían verse verdes, y a unos cuantos kilómetros de las ladrilleras continúan siéndolo. Allí donde los cerros siguen produciendo vida, donde el paisaje rompe con los imaginarios estereotipados y logramos ver y sentir que Suacha también es verde, no sólo gris o amarilla.

Este municipio, ubicado al sur del departamento de Cundinamarca, es una territorio ancestral muisca, lugar emblemático de arte rupestre en el altiplano cundiboyacense, hogar del páramo de Aguas Vivas y de ecosistemas múltiples como los enclaves subxerofíticos, los bosques de niebla y los que solían ser grandes humedales, arrasados por la urbanización y la minería. Hoy en día, Suacha es el hogar de más de medio millón de habitantes provenientes de todos los lugares del país, muchos de los que han llegado allí a causa un exilio forzado que la guerra les ha impuesto.

Sua significa “sol” y cha significa “varón”, vocablos muiscas de quienes la nombraron la ciudad del Sol Varón, hasta que en 1875 un ingeniero llamado Alejandro Caicedo, levantó el primer plano del municipio y decidió nombrarle Soacha. Con el tiempo, el proceso de modernización convirtió la antigua colonia Muisca en un nicho productivo -mayoritariamente industrial- al servicio de la capital, lo cual tuvo un impacto considerable en la transformación de la concepción de la naturaleza y la relación que guardamos con ella, pues dejó de ser vista como fuente de vida, espacio sagrado y hasta inspiración poética, para convertirse en la materia prima por excelencia.

Sin conocer muchos detalles de su historia, llegamos a Suacha con la intención de hablar de memoria ambiental en el marco del proyecto Tejedores de Vida que desarrollamos actualmente, en compañía del Servicio Jesuita a Refugiados y a la Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia, con el apoyo de la Unión Europea en Colombia, en el marco de su compromiso al fortalecimiento de la Sociedad Civil Colombiana Hoja de Ruta en Colombia. Desarrollamos II Encuentros de Memoria Ambiental con las instituciones educativas que participan en el proyecto (I.E. Fe y Alegria Soacha para Vivir Mejor y la I.E. Eugenio Díaz Castro en su sede El Charquito) y convocamos a la comunidad (líderes y lideresas, estudiantes, familiares y docentes) a caminar el territorio y caminar la palabra de los mayores para comprender cuáles son los problemas socioambientales que hoy enfrenta el municipio y reconocer los procesos comunitarios que están apostándole a la construcción de paz ambiental con la intención de tejer puentes entre estos colectivos y los colegios que hacen parte del proyecto.


Dos territorios bastante disímiles al interior del municipio nos empiezan a mostrar la diversidad de su territorio. A unos veinte minutos de la estación de transmilenio de San Mateo por la autopista sur, se impone una montaña casi sin espacios por poblar. Pequeños asentamientos informales se erigen en zonas de alto riesgo a merced de una montaña que los acoge como puede a pesar de la fragilidad que ella misma enfrenta a raíz de las retroexcavadoras que sacan de ella arena y arcilla para “hacer ciudad”. Estamos en el corazón del polígono minero de Suacha, en la comuna número 6, en el barrio Altos de la Florida. Allí encontramos la I.E. Fe y Alegría, el segundo hogar de jóvenes que se han empezado a enamorar de su territorio, el mismo que recibió a algunos que venían de la guerra en el Pacífico, en los Andes y en la Costa y llegaron a Suacha en busca de mejores oportunidades.


A media hora de allí, saliendo por el peaje, nos encontramos con el Río Bogotá. Quienes hayan transitado estos caminos que conducen a Mesitas del colegio, recordarán el olor particular que advierte su presencia. A unos pocos metros del peaje se divisa su cauce con un detalle imposible de pasar por alto: una gruesa capa de espuma blanca que apenas deja ver el espejo de agua y se mueve al unísono con las aguas que en ese punto han alcanzado el máximo índice de contaminación desde su nacimiento. Antes de llegar al famoso Salto del Tequendama -que solía ser un emblemático lugar para el entretenimiento de los capitalinos, antes de que el olor del río impidiera el disfrute a esa altura de su cauce- nos encontramos con la vereda El Charquito, un lugar apacible en el que todos se conocen y se saludan con todos, y que hace 119 años fue conocido por ser el primer pueblito de Colombia con energía eléctrica. Allí encontramos la I.E. Eugenio Díaz Castro, cuya sede original se derribó hace tres años para construir un “megacolegio” del que no se ha puesto ni un solo ladrillo hasta el día de hoy, razón por la que los estudiantes deben tomar sus clases en una antigua sede con ciertos problemas en su infraestructura.


A pesar de ser lugares de contrastes, Altos de La Florida y El Charquito tienen algo en común, y es que sus pobladores se han juntado con profundos deseos de cambio para hacer de Suacha un lugar en el que la gente sí quiera vivir. ¿Cómo? A través del arte, el teatro, los recorridos a lugares maravillosos y muy poco conocidos del municipio, la radio y la literatura. En los encuentros con cada institución se realizaron talleres y recorridos ambientales que fueron escenarios para la construcción de puentes entre las Instituciones Educativas y aquellas iniciativas ciudadanas para la defensa del territorio. Contamos con la participación de líderes y lideresas del Colectivo Caminando el Territorio, el Colectivo Sembrando Cultura y el Colectivo La Esquina de Memo -quienes interpusieron una acción popular para enfrentar lo ocurrido con el "megacolegio", siendo el antiguo colegio uno de los principales lugares de la memoria para el pueblo-.


¿Dónde se ubica la memoria Suachuna y cuál es el rol que las y los jóvenes podrían asumir en la recuperación de la memoria ambiental de Suacha?

“La quebrada era mi lugar favorito porque me acuerda que antes nosotros nos íbamos a bañar allá. Todos, con mis primos íbamos allá y estaba toda la gente ahí bañándose. -Que rápido, que no sé qué, que se restriegue-. Y eso era muy lindo, yo quisiera volver a vivir, eso pero pues ya la quebrada no está” (Juliana Sandoval Estudiante Eugenio Díaz Castro)


Sin duda, uno de los mayores retos supone la intención de mantener viva en los más jóvenes la memoria de los mayores, pues los recuerdos sobre Suacha que vivieron otras generaciones hacen parte de una historia vivida que difícilmente las y los jóvenes puedan experimentar: los antiguos lugares de ocio y encuentro familiar en donde ahora hay urbanizaciones o centros comerciales se han perdido; los planes para elevar cometa en las montañas, que con el tiempo se ha comido la minería, han desaparecido, al igual que los paseos de olla, la pesca o los lavaderos comunitarios que se asentaban en las orillas de los ríos, cuando estos solían estar limpios y no llevaban en sus aguas los rastros de una civilización que ha creído que lo que lanza en su cauce se ha ido para siempre. Sin embargo, esos recuerdos que hoy habitan la memoria colectiva de la generación más joven, no han de ser motivo de desesperanza, sino que más bien se convierten en horizontes de sentido y en experiencias que se tejen con memorias de otros tiempos para trazar caminos de lucha para la persistencia digna en un territorio que empiezan a sentir como propio. De este modo, la memoria ambiental de Suacha se reconstruye y se renueva a partir del encuentro de experiencias y relatos de un mismo espacio, así como a partir de territorialidades múltiples que remembran “tiempos mejores”, pero que también trazan caminos creativos e innovadores para el buen vivir suachuno, como lo hacen las de aquellos colectivos que hoy en día trabajan incansablemente por Suacha.

En este sentido, reconstruir la memoria ambiental de Suacha -como lugar imaginario en los recuerdos y las utopías de la gente-, o de Soacha -como municipio reconocido ante una institucionalidad profundamente ausente-, implica reconocer su riqueza social y cultural, su biodiversidad y su multiplicidad paisajística, así como la potencialidad de su gente para trazar caminos que transformen la relación extractivista con la naturaleza, así como la concepción inútil y androcéntrica de que sus “recursos” son inagotables.

Así mismo, implica reconocer que la cuestión ambiental está atravesada por lo político, pues el origen de los problemas socioambientales que hoy enfrenta el municipio y la destrucción de los ecosistemas que de ellos deriva, está íntimamente relacionado con un modelo de desarrollo extractivista estructuralmente desigual y un ordenamiento territorial al servicio de intereses particulares que han hecho de la naturaleza una materia prima al funcionamiento de las industrias y la acumulación de capital; pero también, está atravesada por lo poético -o al menos eso soñamos- como hemos dicho antes, pues los saberes de cada lugar, las historias de antaño y las cotidianidades resilientes, resistentes y creadoras son lugares desde los cuales es posible enamorarse del territorio y reencantar nuestra relación con el mundo y con la naturaleza.


Teniendo en cuenta lo anterior, los Encuentros de Memoria Ambiental desarrollados en cada institución, le apostaron al encuentro reflexivo de historias y al diálogo intergeneracional para trabajar en la vinculación afectiva -y no sólo racional- de las y los jóvenes que habitan Suacha, sea éste su territorio de origen o no. En eso consiste ser un “guardián de la memoria”: ser también un sembrador que actualiza las palabras de los mayores para llevarlas a las generaciones venideras, mantener viva la memoria y renovarla a través de la acción, la palabra y el pensamiento.


Por ello, a pesar de los estigmas que han silenciado las memorias vivas y las voces subalternas de resiliencia y resistencia en Suacha, incluyendo las de las montañas, los bosques, los humedales y los ríos que se resisten a morir, las juntanzas tejidas entre suachunos que aman el territorio en donde crecieron, o que los acogió de donde llegaron, se resisten a desaparecer y alzan la voz para mostrar la otra cara de Suacha: la que produce vida en vez de anunciar la muerte, en la que las tierras aún producen grandes cosechas para garantizar la soberanía alimentaria de las familias que habitan esa olvidada superficie rural del municipio (aún cuando comprenda más del 80%), que aún se muestra y quiere ser soberana, en la que el valor de la vida digna es más importante que el dinero. La que tiene rostro de mujer, aunque los muiscas la hayan nombrado como la ciudad de un varón.



Agradecemos especialmente al colectivo Caminando el Territorio, al grupo Sembrando Cultura, y al colectivo La Esquina de Memo por compartir sus saberes con nosotros y con las y los jóvenes participantes.


BIBLIOGRAFÍA


GARCÍA SALAZAR, Juan; WALSH, Catherine. “Sobre pedagogías y siembras ancestrales”. En: WALSH, Catherine. Ed. Pedagogías decoloniales: Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir. TOMO II. Ediciones Abya-Yala. Quito-Ecuador, 2017


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